16 de octubre de 2013

Nota especial: Eli, entre desalojos y demoliciones

Casa tomada en San Telmo, al 1600 de la calle Perú, en un tramo que aún conserva  los viejos adoquines lustrados por el tiempo. Es una construcción de fines del siglo XIX o principios del XX construida y firmada por A. M. Rebagliati constructor, un italiano especialista en edificar inquilinatos por las zonas de Constitución, Barracas y San Telmo, para sus paisanos desalojados y corridos del sistema a fuerzas de hambrunas y otras miserias, generadas por las crisis de la Europa de esos tiempos.
 
Ahí vive como "okupa" Elizabeth Malerba, portadora vivaz de un apellido tanguero y criollo. La Eli, como la conocen en la casa y en el barrio es una desalojada de esta pampa edificada y que hoy es la ciudad hostil de Buenos Aires. “Esta sería la segunda vez que me desalojan, pero ahora estoy más fuerte, tengo otra cabeza para enfrentar las cosas… ahora estamos mejor organizados entre todos los que vivimos acá que, la primera vez yo no sabía porque pasaban estás cosas, ahora lo estoy aprendiendo junto con los compañeros”. Morocha, flaquita, aguerrida, aclara para que no queden dudas: “soy la parte que no recibe nada de un negocio inmobiliario, le estamos haciendo juicio al Gobierno de la Ciudad para que nos dé un terreno donde podamos hacernos nuestras viviendas, todos acá trabajamos y podemos pagar un crédito”.
   
Cuando Eli rememora el primer desalojo se emociona: “Éramos veintitrés familias con cincuenta pibes, estuvimos diez días acampando en México al 1200, salimos en todos los medios y por suerte los compañeros del Evita nos ayudaron a bancar la situación, ahí empecé a tomar conciencia de que estas cosas es mejor pelearlas unidos, de ahí vinimos a parar acá y organizamos la cooperativa de vivienda Fuerza y Resistencia, porque estas cosas se resuelven estando organizados, eso está claro”.
   
El edificio entra dentro del grupo de edificios catalogados como patrimonio del casco histórico de la ciudad y debería entrar en  algún plan de conservación del gobierno citadino. En realidad el plan existe, pero es inaplicable en la práctica; la multa por demoler estas edificaciones es tan irrisoria que las empresas constructoras las pagan como el valor de una propina. Eli enciende un pucho y cuenta: “Nosotros hicimos muchos arreglos, pintamos el frente, hicimos aquel mural, hasta los vecinos de la cuadra nos ayudaron, nos prestaron las escaleras y además hicimos el Centro Cultural Atlas, era el nombre que tenía el hotel y vienen compañeras a dar clases de apoyo escolar, acá viven como cuarenta pibes. Yo tengo cuatro de todas la edades, tres, cinco, once y doce. A partir de todo esto es que algunos compañeros comenzaron a filmar un documental que se llama Fuerza y Resistencia 1220”.
   
La sigo por el pasillo construido por el tano Revagliati hace un poco más de un siglo, las piezas con paredes de 40 cms. son sólidas como las manos de pinturas que cada nueva generación de desalojados europeos y criollos dejó en las paredes, pasamos por una de las cocinas de compartir un guiso o el agua para el mate y se abre ante los ojos un patio de otro tiempo, donde el centro cultural funciona a pleno. Una galería cubierta con un techo de chapa a dos aguas divide al patio al medio y termina en unas piletas de hormigón para lavar la ropa. En una de las esquinas, casi bajo la parra unos diez pibes reciben clases de apoyo escolar en una mesa de hormigón cubierta de cuadernos, carpetas y lápices que quieren aprender a escribir otra historia alejada del desamparo.
   
Una de las madres le da la teta a su crío y acomoda las botellas con jugo encima de la mesa. Eli me cuenta: Las compañeras que dan las clases son del Movimiento Evita, vienen lunes, miércoles y viernes, los jueves dan clases de plástica y los sábados de música y tae kwon do, nosotros lo que queremos es mejorar como personas, vivir de otra manera, a mí el Gobierno de la Ciudad me da $1200 para alquilar una pieza en un hotel, pero yo lo que quiero es una casa, me quiero quedar acá porque mis hijos ya son de este barrio, van a la escuela de acá y además en los hoteles no te quieren con los pibes, pero dicen que el desalojo es dentro de poco”.
   
Los planes de conservación del casco histórico urbano implementado por el Gobierno de la Ciudad no se corresponde con la lógica que debiera emplearse para tal fin, en realidad se trata de una copia de utilería de modelos europeos que nada tienen que ver con el tipo de ciudad americana en la cual vivimos los porteños, este concepto que encubre negociados con empresas constructoras que, muchas veces son elegidas por contrataciones directas, amenaza envolver a Buenos Aires en una universalidad casi anónima en el que las personas no cuentan demasiado, salvo en el negocio que se pueda hacer con ellas. A decir verdad, nadie es tratado como vecino o ciudadano, todos somos consumidores y usuarios de una ciudad expulsiva de quien no entre en esa categoría.
   
Eli muestra la escalera de madera oscura bien conservada y se entusiasma: “Claro que me gustaría quedarme a vivir acá, que nos arreglen la casa, nosotros arreglamos como pudimos los caños, la luz y pintamos las paredes… arriba viven algunos de mis hermanos, somos nueve, yo soy la mayor. Hay ejemplos en Quito y en Montevideo que se pueden restaurar y reparar viviendas históricas con habitantes en las mismas, integrados y responsables del conservacionismo. Es este un hecho de verdadera humanidad, en el que va arraigada la esencia de la identidad de un pueblo, un barrio y sus habitantes. También marca la pertenencia a una comunidad organizada como la que  fue armando esta Eli a corazón y ponchazos, en ese ámbito con el patio y los pibes, la música y la plástica y los panes de cada día. Desde ese lugar es que surge la pregunta:

-¿Por qué militás en El Evita?

-Porque estoy aprendiendo a saber por qué pasan estas cosas.



Texto: Eduardo Silveyra
Foto: Carla Masella

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