29 de abril de 2014

27 de abril de 1979: Una huelga irrepetible


Sombras de olvido y sospecha ocultan todavía la huelga general del 27 de abril de 1979 a la memoria colectiva. Los protagonistas directos están muertos o muy ancianos, muchos sindicalistas se avergüenzan de las defecciones posteriores de algunos jefes de la jornada, para la “opinión culta” de derecha e izquierda se trató de una acción de la burocracia sindical y otros oportunistas que gozan “la gracia del nacimiento tardío” prefieren olvidarla, para que la Historia comience después de 1983 y puedan señalar con el dedo a todo sobreviviente del terror. Sin embargo, hace 35 años esta batalla fue el punto de inflexión en la resistencia contra la dictadura.

El gobierno de facto había sometido al movimiento obrero a duros ataques, pero desde el mismo golpe comenzó la resistencia, aunque inconexa y sin unidad. Ya en marzo de 1977 se formó una primera “Comisión de los 7” a la que se adhirieron otros sindicatos, hasta conformar en 1978 la “Comisión de los 25” que en junio de ese año fundó su brazo político semiclandestino, el Movimiento Sindical Peronista (MSP). En agosto de 1978 se escindió la dialoguista “Comisión Nacional de Trabajo”, pero “los 25” minaron sus bases ganando a seccionales y agrupaciones de los colaboracionistas. Se reunían en varios locales y casi nunca todos juntos. Uno de sus principales refugios era el Centro de Investigación y Acción Social (CIAS) de la Compañía de Jesús, en el actual barrio de Las Cañitas, donde el Padre Jacinto Luzzi coordinaba las reuniones. Ex profesor de Teología y Filosofía de la Universidad del Salvador, era un hombre pequeño, enjuto y siempre agitado (murió en 1986 por su enfisema de fumador empedernido). Con paciencia y constancia, entre 1977 y 1978 reunió a dirigentes sindicales opositores de las más diversas corrientes. Según me contó en junio de 1985 (la última vez que lo vi), los asesinos de los padres palotinos buscaban en realidad el CIAS para matar a los jesuitas y se equivocaron de edificio.

Me sumé a esa ronda a principios de 1978 de la mano de Julio D’Amato, ex asesor del Ministerio de Trabajo en 1975 y posteriormente asesor de Lorenzo Miguel hasta la muerte de éste en 2002. Lo había conocido antes del golpe en la CGT y lo encontré casualmente a mediados de 1977. Con él milité hasta mi ida a Alemania en 1980.

No había reuniones periódicas y su composición variaba. Recuerdo a Alberto Campos (UOM), Roberto García (Taxistas) y Abel Cuchetti (dirigente opositor de los telepostales). Otros asistían ocasionalmente. Nunca participé en los encuentros que se hacían en otros lugares, aunque (sobre todo durante 1979) mantuve reuniones con García, Alberto Campos, Carlos Cúster y Rodrigo Carazo (ATE), con Víctor De Gennaro y hasta me encontré clandestinamente con Alfredo Ferraresi a quien había conocido diez años antes en la CGT de los Argentinos. Yo tenía 28 años y nula experiencia sindical. Fui mensajero y enlace entre los dirigentes y otros sectores. De ese modo me tocó en octubre de 1979 vincular a los sindicalistas con los asesores del vicepresidente del PJ Deolindo F. Bittel (Carlos Chacho Álvarez, Alberto Iribarne, Chuzo Barbero y Norberto Ivancich) a quienes conocía desde JP Lealtad y aún antes (a algunos, desde el secundario). Ese grupo redactó el documento del PJ denunciando las violaciones masivas de los derechos humanos que fue presentado a la CIDH y casi cuesta la vida al escribano Bittel.

El 21 de abril de 1979 “los 25” convocaron a una huelga general por 24 horas para el día 27 demandando la restitución del poder adquisitivo del salario, el restablecimiento de las convenciones colectivas de trabajo, contra la reforma de las leyes de Asociaciones Profesionales y de Obras Sociales y por la normalización sindical. La dictadura reaccionó rápidamente convocando a los dirigentes al Ministerio de Trabajo, para responder un cuestionario. Ninguno de los interrogados respondió y 20 dirigentes fueron arrestados a la salida del Ministerio. No queda claro si Ubaldini también fue detenido o siguió organizando la medida de fuerza con el Comité de Huelga clandestino que previsoramente habían creado. El día 24 este comité ratificó la huelga, reclamando la libertad de los detenidos que finalmente fueron liberados tres días después de la medida. La paralización afectó principalmente el cinturón industrial del Gran Buenos Aires, las ciudades más importantes del interior del país, grandes fábricas del conurbano bonaerense y las líneas Roca, Mitre y Sarmiento. Comercio, servicios y transporte urbano funcionaron casi normalmente.

La huelga general de 1979 constituye una coyuntura interesante para apreciar, aún en forma parcial y limitada, el funcionamiento de la campaña de apoyo a los trabajadores a nivel internacional. Las reacciones internacionales se produjeron sobre todo a partir de la detención de los sindicalistas a la salida de la mencionada reunión en el Ministerio de Trabajo. Este hecho proporcionó a las organizaciones de exiliados la oportunidad de colaborar concretamente con los sindicalistas en suelo argentino, convocando a la solidaridad del sindicalismo internacional. La reacción de las organizaciones internacionales no se hizo esperar: las tres centrales mundiales enviaron telegramas pidiendo la inmediata liberación de los detenidos, numerosas centrales nacionales europeas (sobre todo la alemana, las francesas y españolas) presentaron inmediatas protestas y hasta voceros del gobierno de Estados Unidos manifestaron la preocupación del presidente Carter por los detenidos.

La huelga general de 1979 es una bisagra en la historia de las luchas populares argentinas. Aunque la dictadura todavía promulgó en 1979 su Ley Sindical disolviendo las organizaciones de tercer grado, en enero de 1980 nació la CGT Brasil y las huelgas se sucedieron, hasta que a fin de 1982 la CGT moviliza 30.000 personas a Plaza de Mayo. Más allá de su éxito coyuntural la huelga impidió la cooptación del sindicalismo por la dictadura y destruyó la carrera política de Emilio Massera, quien se quedó sin base para su proyecto populista. La protesta sirvió para marcar los límites del terrorismo de Estado y unificar un frente sindical variopinto que, conducido por Saúl Ubaldini, sostuvo la resistencia hasta el fin de la dictadura, y devolvió al peronismo protagonismo en la política argentina. No resolvió los problemas del sindicalismo ni superó la corrupción de muchos dirigentes, pero dio a los trabajadores un instrumento para la negociación. Este movimiento no debe ser idealizado, pero tampoco olvidado: fue único por su coyuntura, por el giro que dio a la Historia Argentina y por la magnitud del triunfo que lograron dirigentes y activistas tan comunes como los que lo protagonizaron. Cuando se escriba la Historia (con mayúsculas) de la dictadura, los procesos de lucha no violenta, grises y poco nítidos, recuperarán su lugar en la memoria colectiva y permitirán entender las derivas recientes de la sociedad argentina.

Escrito por Eduardo J. Vior, periodista y militante del Frente de Profesionales Evita.

Fuente - Miradas al Sur: http://bit.ly/1jeX5gZ

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